Contenido principal
Y el sueño se hizo realidad: ¡Argentina Campeón Mundial de Fútbol!
Hace 36 años fue el último festejo. Los que tenemos edad suficiente para haber estado en los tres campeonatos, podemos decir que ninguno fue igual. El del ’78 estuvo lleno de hipocresía, pretendiendo que todo estaba bien cuando no mucho más tarde supimos que todo estaba mal. Un triunfo en lo futbolístico, pero con mal sabor. El del 86 tuvo otro colorido, sobre todo por la presencia de Maradona, que marcó un antes y un después en el fútbol de todo el mundo con el épico gol a los ingleses, a quienes les debíamos uno de los dolores más profundos de nuestra historia, los muertos de Malvinas, y sólo a cuatro años de los hechos.
Pero este… este tuvo todo. Un equipo que en la cancha fue profesional, aguerrido, aguantador, eficiente y “con hambre” –expresión que sólo los argentinos podemos entender- Y lo mejor, demostró en un estilo absolutamente “argento” que seguían siendo los “cebollitas” que cada uno había sido en su pueblo, en su ciudad, en su camino a la fama. Cada partido era una final, pero con ese sabor a potrero que nadie sabe darle como ellos.
Párrafo aparte para dos claves fundamentales para el triunfo: los dos Leos. Scaloni –que hasta la Copa América fue una especie de hijo no deseado- hizo gala de humildad, disciplina y amor por su gente, y no dejó en ningún momento que los triunfos se le subieran a la cabeza, ni a la de él ni a la de sus pibes. Y el fantástico Messi, que no sólo jugó como sabe hacerlo, con magia, profesionalismo, inteligencia, y esa “argentinidad al palo” que a pesar de sus años en Europa sigue siendo su distintivo. Fue el corazón, el alma y el motor de su equipo, en todos los aspectos.
En todo el país se festejó a full. Nuestro distrito no fue la excepción. Los que por cábala no lo veíamos, escuchábamos los goles tronar en toda la cuadra, y los vecinos salían con cornetas y gritos a celebrar cada pasito que nos acercaba al ansiado premio. El resto del tiempo, una calma tensa, las calles vacías con un sol que por momentos, como nos pasaba a todos, se nublaba un ratito.
Y por fin, el triunfo. Como nos pasa siempre, fue sufrido, parturiento y prolongado. Con más razón la alegría, con más razón las ganas de juntarnos donde sea, pero de celeste y blanco.
Nos fueron llegando las fotos de todas las localidades, embanderados hasta las pestañas gritábamos, nos abrazábamos, no importaba si no nos conocíamos, la emoción nos hermanaba. La Plaza Rivadavia, la fuente, las casas, los autos, todo fue un inmenso parque de diversiones. Se olvidaron rencores de antaño, todo daba igual, habíamos conseguido una de las alegrías más grandes que se le puede dar a un pueblo como el nuestro.
Cada pueblo lo festejó a su modo. Pero todos, en cada rincón de esta maravillosa patria que hacemos día a día, con todas las contradicciones, con todos los enfrentamientos, con todo el esfuerzo, con todos los logros, fue una fiesta.
La noche anterior, los trabajadores del Municipio habíamos tenido un Papá Noel flaco, alto y rubio en la figura de nuestro Intendente Municipal que nos adelantó la Navidad con un bono de $ 50.000, y se festejó a puro aplauso. Y al día siguiente, esto.
Gracias Argentina, por ser noble y generosa, y por darnos el trabajo, el fútbol, los paisajes, la gente. Para siempre, un lujo haber nacido acá.
Bienvenida nuestra tercera estrella en el escudo, bien ganada la tenemos.